sábado, septiembre 17, 2011



Los solteros del Sixtie’s, arrastrándose entre espinas

No se trata de hallar, en una noche venturosa, al príncipe azul: éste puede estar casado o ser, simplemente, una mala persona… Y ellas también tienen sus oscuridades. Como en todo, hay que andarse con cuidado. Luego de una mala experiencia, a veces le reclaman a Claudia Pérez-Sauceda —la soltera anfitriona de los “miércoles de solteros” del Sixtie’s—, por haber provocado la reunión, pero ella no es ministerio público para dar fe del estado civil de nadie ni tampoco es adivina para saber que del encuentro saldrán más ratos malos que buenos. De todos modos, tanto a unos como a las otras lo bailado nadie se los quita y es cosa de ellos el que anden por la vida, como dice el tango, “arrastrándose entre espinas/ en afán de dar su amor”.
La inocencia a una edad madura tiene el riego de convertirse en estolidez.

Nací para estar vivo

Van a dar las diez de la noche del miércoles anterior al Grito. Uno de los grupos musicales está por concluir su participación y en unos segundos se abrirá la pista de baile. Claudia, una mujer guapa de 35 años de edad que lleva un lustro organizando estos avatares del miércoles, mira el paisaje de solteros y solteras para empezar a planear los posibles enlaces. Su labor, una vez que se enciendan las luces discotequeras y arranque la música, consiste en ir con un galán y preguntarle si quiere bailar. Ella extiende la mano y acaso se crea la ilusión de que la misma Claudia será la pareja soñada… pero no. Así, de la mano, lleva al hombre hacia otra mesa y lo presenta a una chica que con movimientos de cabeza y manos sigue los ritmos de la noche y está ansiosa por mostrar sus dotes dancísticas.
La chica, claro, resulta algo mayor. Y el chico también. El lugar se llama Sixtie’s en homenaje a una década; pero también coincide que en esos miércoles de solteras y solteros esa puede ser la edad promedio de los concurrentes. O van hacia allá o ya rebasaron ese límite. Uno de los grupos actuantes se llama Décadas, otra referencia al paso del tiempo. Pese a todo, el alma aún vibra al son de los tambores. A fin de cuentas, nacieron para estar vivos: “Born, born, born to be alive”.

Toca mi campana

El concepto tuvo tanto éxito que se creó un grupo regular, lo que beneficia al sitio pero quizá no a quienes buscan su media naranja. Hay quien lleva ocho años asistiendo y sólo ha obtenido desazones. Entre los regulares ha sucedido de todo: se han amado y desamado, se quisieron alguna vez y ahora se odian, son como una familia disfuncional que pasa por malestares tan necesarios como las alegrías. Entre esos sentimientos extremos está la noche que los alegra, esa cita con el destino o el desatino, la música de esos otros tiempos que fueron sus tiempos y el movimiento de unos cuerpos a los que en algún momento, el día menos pensado, les fallará la sincronía: no podrán pedir entonces que alguien toque su campana, “ring my bell, my bell”.
Entre las muchas anécdotas de los miércoles de solteros, ha ocurrido el encuentro de matrimonios: cada uno por su cuenta cayó en el mismo lugar y con similares intenciones. O a la esposa alguien le pasó el tip de que su pareja se disfrazaba de soltero, fue a buscarlo y lo cachó en pleno romance, en plena conquista. O le han reclamado a la anfitriona que la mujer que le presentó ese otro miércoles terminó robándole el pago de la renta. O la que se va con uno que sabe casado y termina por chantajearlo… Amor y deseo: “Love and desire, love and desire”…
Habría que colocar en el Sixtie’s un letrero que diga lo siguiente: “La empresa no se hace responsable por la felicidad de los solteros que nos acompañan”.

El amor está en el aire

En el rito, Claudia Pérez-Sauceda representa el arduo papel de animadora, enlace o Cupido. Como si fuera una enfermedad laboral, ella misma es soltera. “Aquí se trata de conseguir una pareja para bailar, para pasársela bien, para divertirse”, explica. “No nos comprometemos a más nada.”
—¿Te han reclamado?
—Sí, me han reclamado. A las mujeres les decimos que mientras estén aquí pueden sentirse seguras, que cualquier situación incómoda me la comuniquen. Lo importante es que se sientan bien, se sientan seguras y se diviertan, pero ya afuera… En mi experiencia, lo más difícil no es tener dinero o una casa o un coche o una carrera, lo más difícil es tener una relación, lo más difícil es conseguir pareja.
—¿Ves mucha soledad?
—Sí, más en las mujeres y los hombres que están casados y vienen para sentirse solteros. Se confiesan conmigo: “Mira, yo soy casado y vengo aquí para encontrar a alguien con quien platicar, para pasármela bien, divertirme”, que es lo que no tienen en su casa. Eso ocurre mucho, tanto en hombres como mujeres. Si algo he aprendido en estos años es que los seres humanos somos complejos, difíciles y contradictorios.

Una para ti, otra para mí

—¿Tú eres casado? —pregunta, en plan de confidencias, un vecino de mesa.
—Sí, claro.
—Yo también.
Asegura que su matrimonio iba mal hasta que empezó a frecuentar el Sixtie’s. Desde entonces las cosas cambiaron en casa, mejoró notablemente la relación con su esposa, por lo que estar aquí, semana a semana, le genera a la vez que gusto cierto sentimiento de culpabilidad. Pide su botella de ron Bacardí, a la que le falta un cuarto para dar de sí y que lleva algunas semanas acompañándolo. Le ponen una marca con masking, se la guardan… Según su testimonio han pasado por sus brazos casi todas las mujeres de este clan de solteros; y en el recuento incluye a algunas meseras. Para él todas son “culos”.
—Y al culo —sentencia— hay que faltarle el respeto.
No las engaña, ellas entienden el juego, y aunque a veces le piden pasar un domingo juntos él sabe cuáles son sus prioridades.
—Lo más importante es la familia. Es lo que digo. Para ti también, ¿no es así? ¿O me equivoco?
En las bocinas, y a todo lo que da, se escucha: “Dance, dance, boogie wonderland. Dance, dance, boogie wonderland”. Los cuerpos se tocan. ¡Hay fuego en la pista!

Septiembre 2011

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domingo, septiembre 04, 2011



Memorias del Diablo Azul

En un festival celebrado en el Palacio Negro de Lecumberri, en donde estuvo recluido, Chava Flores estrenó el “Canto del prisionero”, cuyo estribillo sonaba entonces de esta manera: “Un grito rasga la noche / el Diablo Azul grita: ¡Aleeerta!” Fue así como el compositor bautizó a Jorge Toledo Ortiz, que ingresó como celador a la célebre penitenciaría a mediados de los años cuarenta y abandonaría el recinto, con el grado de comandante, trece años más tarde.
“A Chava Flores yo no lo dejaba andar de volada, es decir fuera de la crujía, y por eso me puso el mote del Diablo Azul”, cuenta.
Transitan por la memoria de Jorge Toledo personajes de la nota roja como Goyo Cárdenas (“El estrangulador de Tacuba”), Higinio Sobera de la Flor (“El Pelón Sobera”), Ramón Mercader (asesino de León Trotsky), Enrico Sampietro (el falsificador), Estanislao Urquijo (“El deslenguador”) o Salvador Paz Guerra (ladrón de joyerías que se fugó y fue recapturado). Todos ellos, y muchos más, estuvieron bajo su custodia.
Desde sus 91 años de edad, y casi con nostalgia, observa el Diablo Azul esa etapa oscura de su vida.

Del barrio bravo

Nació el 16 de abril de 1920 en Morelia, Michoacán. La familia se trasladó a la ciudad de México, ubicándose en el barrio de Tepito. El primer empleo de Jorge Toledo fue como vigilante en los ferrocarriles; tuvo un malentendido con el supervisor, con el que se lió a golpes, y lo suspendieron varios meses. Estaba en esa pausa cuando se encontró en la Plaza del Estudiante con el tío Alberto, entonces oficial mayor en el Departamento del Distrito Federal, quien le pidió que lo buscara al día siguiente en su oficina para recomendarlo en un empleo.
—Hay esto —le ofreció—, como inspector de alcoholes o en la penitenciaría como celador, tú escoges.
—A la peni, pues.

Hasta que aflojó la punta

Recuerda su primer día en Lecumberri: “Me entregaron un uniforme viejo, usado, y me mandaron a las murallas. Me dieron un rifle, un mosquetón, que no sabía usar. Así empecé”.
En sus mejores tiempos la penitenciaría llegó a tener más de cuatro mil presos. Las crujías estaban separadas: la A era para ladrones con antecedentes y la E para primerizos, la C era de los sentenciados, la G para delitos de cuello blanco, la D para los chacales, en la F metían a vagos, malvivientes y viciosos… Cuando entró los presos usaban ropa de civil; Jorge Toledo fue de los impulsores del uniforme a rayas.
Estaban en esa mudanza cuando uno al que llamaban Vampiro lo intentó matar: “Ese cabrón era traficante. Traía yo una tablita con la lista de todos los celadores. Me lo llevaron porque no quería entregar su ropa; cuando vi que sacaba una punta, le metí la tablita a la cara, le quité la cadena al celador que estaba ahí y le pegué al Vampiro dos o tres cadenazos hasta que aflojó la punta. Y lo mandé a la jaula de castigo”.
—¿Le tenían miedo los prisioneros?
—Yo no diría miedo, pero sí tenían mucho cuidado en meterse conmigo.

Goyo y el Tragamoscas

En las jaulas estaban los presos peligrosos, Goyo Cárdenas entre ellos. De éste recuerda que tenía una cortina de bolillos en su celda; no se los comía, y los ensartaba como si fueran cuentas. “Goyo fue mayor en los pabellones de psiquiatría y tuberculosos. Llevaba su bitácora; a algunos les tocaba inyección y a otros electrochoques. Había un loco muy famoso entre nosotros, el Tragamoscas, que cuando le programaban los electrochoques se escondía y había que buscarlo por toda la prisión: aparecía en las coladeras o subido en los árboles.”
—Si no bajas te bañamos —le decían, porque también le tenía miedo al agua. Y se bajaba.

El Gordo y el Ratón

Las amenazas eran el pan de cada día, por lo que dentro o fuera del penal Jorge Toledo andaba siempre armado. Tenía la habilidad de percibir cuando lo estaban cazando. Se parapetaba, veía al tipo que se le acercaba y disparaba “para que viera que yo tenía con qué defenderme”. Se preparó una vez a matar a su perseguidor; una mujer se asomó por una ventana y le preguntó:
—¿Qué le pasa?
—Un ratero me viene siguiendo.
—Pásele, métase. Aquí estará seguro.
Ella se llamaba María, era de Guadalajara. Se quedó Jorge Toledo unos días en casa de María; se hicieron amigos, y hasta llegó a tener él un romance con una de sus hijas.
Fue luego a buscar al Ratón, que era el que lo estaba cazando. Sabía que era del rumbo de La Lagunilla. “En medio del baratillo le puse una trompiza. Llegaron los policías, que en ese tiempo eran de planta, estaban asignados a una zona y todos los conocíamos; ese día estaba de servicio el Gordo. Le conté lo ocurrido y se llevó al Ratón a la Cárcel del Carmen.”

Ratero de joyerías

Una vez escapó Salvador Paz Guerra, ratero de joyerías. “En mis días francos me dediqué a buscarlo hasta que por fin, ocho días después de su fuga, lo atrapamos. Iba yo con un sargento. Sabía cuáles eran sus guaridas; tenía una querida en un cabaret. Era septiembre, llovía; se preparaba a robar una joyería de la calle de Allende. Yo tenía en esa época un gran instinto y una vista perfecta. Lo identifiqué a la distancia, mandé al sargento a que le saliera por delante; lo cercamos, le puse la pistola en la cabeza, lo metí a un taxi y lo llevé de regreso a la peni.”
La prensa dio noticia de la reaprehensión.

Pueblo de maleantes

Su historia con Lecumberri termina cuando llega un nuevo director, el general Antonio Nava Castillo, que mandó formar al personal y soltó un discurso de buenos deseos: a partir de ese momento no habría más fugas en el penal ni tráfico alguno de droga. El Diablo Azul intentó explicarle: “Señor, aunque aquí gobernara Dios las cosas no se harían como él quisiera: este es un pueblo de maleantes”, intervención que indignó al funcionario. No hubo química, pues. Así comprendió Jorge Toledo que era tiempo de hacer maletas. Y pidió su baja.
—Como conocía a los criminales, me fui al Servicio Secreto… pero ese es otro cantar.

Septiembre 2011

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