sábado, marzo 08, 2008

El ansia de figurar

Uno de los resortes que ha disparado o puesto en evidencia el Diccionario crítico de Christopher Domínguez, que pudo haberse llamado Diccionario Letras Libres, es el ansia de figurar. Según el tono de la polémica y los comentarios que aparecen en los blogs literarios que han dedicado espacio al tema, la gente escribe no ya (o no necesariamente) para llevar al límite sus posibilidades de expresión, que es lo que se esperaría de un artista, sino para “hacerse un lugar” en el paisaje literario mexicano, lo que sea que esto signifique… acaso un poco a lo Enoch Soames, ese personaje que vende su alma al diablo por viajar al futuro y buscar su nombre en los ficheros de la Biblioteca Nacional, porque necesita saber si él o sus libros van a ser recordados.
Por ello, porque la labor diaria está enfocada a instalarse en un punto del mapa, hacerse de un nicho, perturba el no estar, como si con la edición del Fondo de Cultura Económica se hubieran expedido certificados de permanencia o invisibilidad. Y si a unos agrede a otros, a los cachirules, agrada que con poco esfuerzo hayan logrado tener su registro christopheriano, por amistad con el crítico o sólo por pertenecer al mismo círculo cultural sureño. Pocos versos o algunos relatos escritos al vuelo, entre reunión editorial y reunión editorial, bastaron. Y el Gran Crítico les da su bendición.
A unos y otros, tanto lo que escriben para ser incluidos en diccionarios y no logran su objetivo como los que están en diccionarios sin haber desarrollado una obra de mérito, los hermana la medianía, puesto que su obsesión es ser considerados y la creación literaria pasa a un segundo término, constituye sólo el escalón para estar ahí, para ser vistos.
Tomo de un blog de Alberto Chimal (www.lashistorias.com.mx) este comentario de Eve Gil a propósito del Christionario: “Como siempre, Alberto, admirada de tu profesionalismo. Me causan gracia las críticas huecas de quienes señalan que ‘estás enojado’ por no aparecer en el libro [de Christopher Domínguez). No te conocen. Tampoco a mí. De sobra sabemos tus lectores que no necesitas estar incluido en un diccionario de Christopher Domínguez para afianzarte tu lugar (que ya es tuyo) en las letras mexicanas… ¿qué autor mexicano, pregunto, puede presumir de haber inspirado un libro a un académico tan destacado como Samuel Gordon, este sí crítico estudioso de nuestra literatura? La gente prefiere amarrar navajas y lanzar comentarios a la ligera, antes que detenerse a pensar: ¿qué es lo que pelean estos tipos y esta tipa (yo)? Peleamos que se termine, de una vez por todas, ese afán de cierto sector de la intelectualidad mexicana de establecer cánones, religiones, cultos en torno a su grupo de cuates de cantina. Eso, por supuesto, solo lo puede entender quien, como tú y yo, vivimos inmerso en este mundo de letras, sí, maravilloso… pero al mismo tiempo tan lleno de mezquindad”.
Huy. Si Eve Gil considera que Alberto Chimal ya afianzó su lugar en las letras mexicanas, supongo que en algún momento querrá que alguien le diga lo mismo, puesto que se trata, insisto, no de buscar expresarse al límite sino de colocarse. Y cierra Eve Gil con esa proclama casi sindical de que “peleamos porque se termine, de una vez por todas”, etcétera, que ojalá no la lleve a colocar un artefacto explosivo en La Guadalupana.
El asunto es complicado y las varias partes que han entrado la polémica exponen duros equívocos. Está, primero, el autor, quien se consideró con la suficiente autoridad para decidir los estelares de un periodo definido de la historia literaria, y lo hizo sin el rigor ni la humildad que hubiera tenido, por ejemplo, alguien como José Luis Martínez. Están, por otro lado, aquellos que sin destacar se consideran ya “posicionados”, porque participan en un grupo de poder exitoso (como diría Jelipe Calderón) y eso, creen, los distingue de la plebe. Y al fin, aquellos que se esfuerzan día a día por ubicarse y les perturba (a lo Enoch Soames) que en la fotografía oficial no aparezcan, cuando la invisibilidad puede ser un mérito, un cerco de transparencia y libertad.
Y está claro, por último, el que se desentiende de esta política de la escritura, sale a caminar por la ciudad y se dice con Antonio Porchia: “A veces pienso en ganar altura, pero no escalando hombres”.

Marzo 2008

sábado, marzo 01, 2008

¡El Anti-Christopher!

Antes que pedir al Fondo de Cultura Económica que retire o incinere el Diccionario crítico de la literatura mexicana: 1955-2005 (2007), de Christopher Domínguez Michael, habría que proponer a la misma editorial una adenda o dossier (este sí) crítico que reúna lo que se ha escrito sobre el libro, ya que se generó (por fin) una discusión abierta, algo no muy acostumbrado en el medio literario mexicano, y que podría resultar provechosa… si es llevada a sus últimas consecuencias. De este modo, además, se presentarían los listados diversos de los que se han considerado excluidos (ya que les parece imposible no estar en una obra con esa ambición panorámica), y serían los lectores quienes, con la suma de todo, se harían acaso una idea más completa del paisaje actual de nuestra República de las Letras, y determinarían, ellos (los lectores, insisto), quiénes en verdad faltaron y quiénes de plano no deberían estar en el mapa.
El caleidoscopio de reacciones es increíble, y ya hay incluso textos de segunda generación: comentarios de los comentarios... Que tienen el común denominador, salvo Rafael Lemus, de manifestar su desacuerdo con el Diccionario crítico, y de colocarse en una posición de suficiencia ética, como si ellos no hubieran actuado en su vida de la forma como actuó Christopher Domínguez (es decir, como crítico grupero), convertido esta vez en el malo de la película.
Pero el mal es común y es de todos. A la par del exorcismo anti-christopheriano surgieron extrañamientos porque se declarara desierto el Premio de Poesía Aguascalientes, considerando que el jurado no se quiso someter al detector de amiguismos, dadas las sospechas generadas en las últimas entregas del certamen, ante lo cual hay la propuesta desatendida de crear un “código de ética” para los premios nacionales, código que ya tiene, me parece, el proceso de selección del Sistema Nacional de Creadores, luego de que un editor regalara el apoyo estatal a su secretario de redacción, sin que éste tuviera los merecimientos mínimos suficientes para vivir por tres años del presupuesto.
Si el diálogo ha de rondar en torno a la pobreza ética habría que decir que está en todos lados, y muchos de los que señalan al Anti-Christopher podrían, a su vez, ser señalados. ¿Cómo es que José Ángel Leyva prepara antologías de grandes poetas para incluirse en ellas?, ¿qué ha hecho Marco Antonio Campos con la colección Poemas y Ensayos de la Universidad Nacional Autónoma de México, ha sido abierto y plural o paga ahí sus propias facturas?, ¿son rigurosísimas las antologías poéticas de Víctor Manuel Mendiola?, ¿no gusta el inquisidor Guillermo Samperio organizarse auto-homenajes con el apoyo de instituciones diversas?
La reprobación tendría que ser, entonces, general. No digo que Christopher esté en lo correcto, pues el crítico tiene una responsabilidad, la de ser objetivo, y no puede, si quiere ser considerado seriamente, partir de una valoración estética en la que en el punto más alto están sus jefes o editores, luego sus amigos y en tercer grado algunos escritores que ha mal leído. Confiesa cándidamente ser un pésimo lector de poesía; su pobreza teórica lo lleva a hablar de lo que rodea a libros y autores (sociología, no crítica literaria), por considerarse inhábil para un análisis riguroso del texto, al que sólo alude o elude.
Algo que Christopher perdió en el camino, me parece, fue independencia crítica. Se acercó a Octavio Paz, y éste le dejó como legado esa cárcel de los compromisos al parecer cómoda o redituable pero que lo tiene sujeto, sin que sus letras puedan ser libres. El Diccionario crítico refleja sus partes más oscuras. Es, sin duda, una apuesta desafortunada porque retrata por entero su triste decadencia.
Mas si el juego favorito de comienzos del 2008 fue reventarle globos de agua a Christopher en el rostro, habría que ver también quiénes los están tirando, posibles candidatos a sucederlo en la feria.

Marzo 2008